domingo, 19 de octubre de 2008

Un poema para Frau Slumbert

No recuerdo exactamente que estaba leyendo, quizá algún poema de Bukowski o de Panero. En cambio, sí recuerdo bien el olor que llegaba desde la cocina; alguien estaba cociendo ciruelas amarillas en Pere Ximénez. Cuando me acerqué, Frau Slumbert, la ama de llaves de Satán, sonrió con la boca torcida y dijo algo que no pude entender. Cancerbero me miró con sus ojos rojos, en la ira del que no acepta que le molesten mientras merienda. Roía huesos de almas en un cuenco de plástico donde estaba escrito su nombre.
En silencio me senté en una mecedora al fondo de la cocina, justo en el lugar donde se esquinan los vapores de los olores que se guisan. Frau Slumbert me pidió un verso, así que improvisé:
Las voces en vacío caen en la nostalgia,
en ovillos las almas se recogen para dormir sus fantasías
si hay hombres sin rostro contando sus pesares,
concentrando el dolor en un reloj de arena
queda prisionero
como en la mente un disparo de miedo
que nos congela,
es la lentitud de las letanías,
es la hora de abrir los ojos al sueño,
es el momento de cambiar el agua a los sentidos.
He mudado la piel del alma,
en el suelo queda la cáscara de lo que antes fuí,
cuando sentía el mar en el oído
haciendo una caracola con las manos.
Después llegaron las lluvias,
los cuentos en la noche en una cama fría,
tan fría como fue el espanto de abrazarte.
Frau Slumbert aplaudió y soltó una risita que pareció un grito chirriante. Cancerbero se fue; tras la merienda se acumula el trabajo.
Yo seguí allí sentado, meciéndome en la sombra, con la lectura amainando los ojos de los sentidos y con Stereophonics dibujando ondas de ritmo en mis oídos abiertos.
Esa noche, Satán llegó tarde. Muy tarde.

sábado, 18 de octubre de 2008

Pienso

Ahora pienso en silencio, cuando los gritos de los condenados a las llamas de este infierno callan, haciéndose vapor en el puto inframundo. Creo que me estoy acostumbrando a vivir aquí, en la niebla continua que me envuelve. Satán cada día me resulta más gracioso, y sus chistes de humor negro a veces resultan disparatadamente increíbles.

Ayer comimos cocido, y me senté a la derecha de Satán. A mi izquierda una zurda atormentada. Me encantan las zurdas -pensé- y llegaron después las caricias y las lenguas y algunos empujones.

Ahora pienso en silencio, y quizá piense que aquí no esté tan mal. La zurda se despierta a mi lado, con olor a morcilla en la boca. Le haré unos versos al atardecer.

sábado, 27 de septiembre de 2008

El ama de llaves de Satán.

Cuando anoche llegué a casa vi las luces encendidas. Primero pensé que podría ser una señal, después supe que era Ella, que preparaba la paella para el domingo. Esa paella necesita más de 30 horas de cocción.

Discutimos sobre el secreto del arroz. Ella siempre quiere llevar la razón. Sus gritos entonces apagaron mi voz. No recuerdo si hubo sexo, pero sí recuerdo tuercas y tornillos cociendo entre el arroz.

Satán aún no había vuelto del bar. Últimamente alarga las noches por culpa de tres o cuatro partidas de brisca de más. Todos sabemos que eso no le sienta bien. En días así, apuesta muchas almas y siempre pierde.

Ella siguió mucho rato en la cocina. Desde lejos pude ver como su cuerpo se encogía para sentarse encima de un orinal, mientras silbaba algo de Charlie Parker.

No he encontrado ningún momento para salir del infierno, pero aún así sé lo simpático que puede ser Satán en los días que está alegre y mueve el rabo

El Infierno sigue, penetra sus llamas en mi hielo. No sé si algún día podré escapar de aquí. Satán me tiene harto con tanto número de claqué, vestido de tirolés y con un extintor en la espalda. Se cree un samurai venido a menos, él sabe que la vejez no es buena, la artitris no le permite aquellos movimientos que le hicieron tan feliz en la adolescencia. No obstante siempre escucha a The Gutter twins cuando se sienta en el váter.

He visto naranjas encima de la mesa, allí donde un día escribí versos inspirados en un abrigo de piel de mosca que usaba mi abuela cuando llegaba el invierno.

Le dije: Dame calderilla para comprar incieso. Si el pan está duro, el bocadillo nos durará más.
Él contestó: Bombona naranja Señora mayor enciende la moto no tiene ni bate rebufillo rebufillo jarta soliloquio Jacinto aún vive.

A veces aún pieso que vivir en el infierno tiene su aquel.

martes, 16 de octubre de 2007

seguro que vendrán tiempos mejores .


By Trabajos Digitales.

La realidad empezó a tomar forma en el mismo momento en que el amanecer cubrió de luz la habitación. Los dos sabían que era un momento difícil, tras una noche de tormenta, gritos y susurros. Él decidió hablar, aún sabiendo que todo lo que dijera podría ser utilizado en su contra. Dijo: "Aún sé que vendrán tiempos mejores. No será difícil" . Ella prefirió el silencio, que tan bien sabía utilizar, y esperar a que las nubes salieran del marco de la ventana, para que nada ensombreciera su victoria.